La microbiota intestinal, el conjunto de bacterias que viven en nuestro intestino, varía en función del ejercicio físico que se practique. Esta es la principal conclusión de una investigación realizada por investigadores de la Universidad de Oviedo. El estudio, publicado en la revista Frontiers in Physiology, ayudará a entender cómo la actividad física puede actuar sobre las bacterias del intestino, lo que podría aplicarse, en el futuro, en la prevención de enfermedades que pueden alterar estos microorganismos, esenciales para el mantenimiento de la salud.
El estudio
La investigación, liderada por investigadores de las áreas de Microbiología, Anatomía y Fisiología de la Universidad de Oviedo, pertenecientes al grupo 3BIOACTIVE, se realizó con un modelo animal, ratones de laboratorio sanos sometidos a entrenamiento de fuerza o resistencia durante cuatro semanas. Los autores del estudio eligieron estos animales porque se parecen genéticamente mucho entre sí y viven en condiciones muy controladas, lo que permite aislar el efecto real de cada tipo de ejercicio, algo mucho más complejo en humanos.
Los hallazgos
El estudio, además de confirmar el efecto del ejercicio físico sobre la microbiota intestinal, desveló algunas curiosidades. Por ejemplo, que la presencia de determinadas bacterias permite diferenciar a un ratón sedentario, no entrenado, de uno que sí ha entrenado, en fuerza o resistencia, mientras que otros tipos de bacterias pueden indicar una gran capacidad física en fuerza o en resistencia incluso sin entrenar.
La profesora de Fisiología del Departamento de Biología Funcional de la Facultad de Medicina, Cristina Tomás Zapico, recuerda que la práctica de ejercicio físico regular se asocia históricamente a un menor riesgo de mortalidad y a una menor incidencia de patologías crónicas muy prevalentes en los humanos en países desarrollados.
Las alteraciones de la microbiota intestinal, en este contexto, cada vez cobran mayor importancia en el desarrollo de estas patologías tan prevalentes. «Sabíamos que el ejercicio y la microbiota intestinal tienen puntos en común de incidencia en patología y salud. Sin embargo, los mecanismos exactos a través de los cuales se define el efecto protector de las bacterias que pueblan nuestro intestino era más desconocido y nuestro estudio ayuda a entenderlo un poco más», destaca la investigadora.
Tomás Zapico subraya que, en humanos, se ha descrito que el ejercicio regular, principalmente el ejercicio de resistencia o aeróbico, modifica la diversidad y abundancia de las bacterias del intestino. Estos cambios, independientes de la dieta, suelen revertir una vez que cesa la práctica regular de la actividad física.
«El problema reside en que los datos que obtenemos con humanos pueden verse influidos por factores ambientales como la dieta, el alcohol, el consumo de drogas e incluso por características antropométricas, que también pueden modificar la microbiota intestinal. Sin embargo, los modelos animales, con sus limitaciones, nos ofrecen una mejor comprensión de los cambios en la microbiota inducidos por el ejercicio, porque podemos controlar mejor el resto de variables», añade.
26 RATONES EN TRES GRUPOS
Con este propósito, los investigadores de la Universidad de Oviedo utilizaron 26 ratones sanos, divididos en tres grupos: ratones sedentarios, ratones sometidos a entrenamiento de resistencia en una cinta rodante y ratones sujetos a entrenamiento de fuerza en una escalera vertical. Después de un periodo de adaptación, se entrenó a los ratones durante cuatro semanas, cinco días a la semana.
Los investigadores extrajeron el ADN bacteriano a partir de muestras del ciego de estos ratones, una región del intestino en la que residen las bacterias de estos animales. El análisis de este ADN permitió clasificar las diferentes bacterias presentes en las muestras y conocer el porcentaje de cada uno de los taxones bacterianos.
Con estos datos, el estudio permitió comparar la composición de la microbiota intestinal de los ratones sedentarios, los entrenados en resistencia y los entrenados en fuerza. Los resultados revelaron que ambos tipos de entrenamiento modifican la composición de la microbiota intestinal en ratones, en un ambiente altamente controlado, lo que permite distinguir entre ratones sedentarios y entrenados. «Curiosamente, los taxones asociados con respuestas antiinflamatorias y proinflamatorias presentaron el mismo patrón después de ambos modelos de ejercicio», comenta Felipe Lombó, uno de los supervisores del trabajo y profesor en el área de Microbiología.
«Además, la abundancia de varios taxones se relacionó de manera diferente con el máximo rendimiento de fuerza o de resistencia, aunque es cierto que la mayoría de ellos no respondieron al entrenamiento. Esto nos abre la posibilidad de explorar nuevas vías de modular estos taxones, por ejemplo, a través de la dieta», apunta el profesor Benjamín Fernández, también supervisor del estudio y profesor en el área de Anatomía de la universidad asturiana.
«Conocer cómo la actividad física puede actuar sobre nuestras bacterias intestinales puede facilitar la prevención de muchas enfermedades en las que se ha observado alteraciones en la microbiota intestinal, desde el síndrome del intestino irritable hasta la enfermedad de Alzheimer, incluso ayudar en la búsqueda de tratamientos para cuando la enfermedad ya esté presente», destaca Cristina Tomás Zapico, informa Europa Press.
Fecha: 21 mar 2022 . Actualizado a las 13:40 h.
Fuente: La Voz de Asturias – España
Nota: Instituto Nutrigenómica no se hace responsable de las opiniones expresadas en el presente artículo.