Fani García, terapeuta digestiva y experta en bioquímica y homeostasis intestinal, revela las claves sobre la conexión entre el sistema digestivo y el nervioso
Lo primero que pensamos cuando la inflamación, el estreñimiento (o diarrea), los ardores y el reflujo nos visitan es: «Algo me habrá sentado mal». Y esto se debe, según explica Fani García experta en bioquímica, microbiota, homeostasis intestinal a que nuestra forma de entender la digestión siempre se ha basado en un modelo «simplista» basado en masticar, salivar, tragar, liberar las correspondientes sustancias y enzimas, asimilar los nutrientes y desechar lo que no nos sirve. Sin embargo, la digestión, según aclara, va mucho más allá de transformar alimentos y nutrientes. Prueba de ello es que el sistema digestivo se encarga de producir neurotransmisores como la dopamina o la serotonina, y que además está directamente conectado con el cerebro a través de nervios, hormonas y moléculas inflamatorias. «Definitivamente la naturaleza no elaboraría conexiones tan específicas y complejas y nuestro organismo no invertiría tanta energía y recursos en esas conexiones si la digestión fuese un proceso tan simple», argumenta.
Incluso más allá de las evidencias científicas, también es posible observar esas conexiones en nuestro día a día. «¿Quién no ha sentido la necesidad de ir al baño antes de un examen o antes de presentar un informe importante en el trabajo?», plantea.
Pero si me cuido mucho, ¿por qué estoy mal?
La cuestión es que a menudo ponemos el foco en aspectos físicos que, aunque sean importantes, no son la panacea. De hecho o es raro ver casos de personas que llevan meses o incluso años con síntomas digestivos que no mejoran, a pesar de estar convencidos de hacer todo lo posible para ello. «El problema es que invertimos mucha energía y esfuerzo en comer mejor, hidratarnos y hacer deporte y, aunque esos pilares son fundamentales para que el organismo funcione correctamente, nos olvidamos de otra de las patas de la silla igual de importante: nuestro sistema nervioso», destaca. Por eso la experta explica que, cuando nos permitimos ver más allá de las digestiones y dejamos de centrarnos solo en los alimentos que conforman el plato, es cuando comenzamos a dar visibilidad a otros elementos que pueden interferir en nuestra salud, como el estrés crónico o la ansiedad prolongada. «Puedes darle el mejor alimento posible a tu cuerpo y cuidarlo como un templo que, si vives con la sensación de estar en alerta constante, esto afectará directamente a tu digestión, a tu descanso, a tu sistema inmune y, como consecuencia, tu proceso de recuperación puede alargarse más de lo que te gustaría», aclara.
La clave para ponérselo más fácil a tu digestión reside, por tanto, en entender cuál es tu talón de Aquiles: «Si sientes que en tu vida el estrés o la ansiedad hacen acto de presencia más a menudo de lo que deberían, no olvides empezar por ahí», aconseja.
Por qué algunos alimentos sientan mal a veces
Una de las señales que ayudan a saber que ese estrés y esa ansiedad está afectando a tu sistema digestivo puede verse si un mismo alimento se tolera de forma diferente dependiendo del día. «Si hay días en los que te sienta bien y días en los que no, podríamos sospechar que existen factores psicológicos que interfieren en la digestión», revela García.
También suele verse a menudo en consulta, según asegura la terapeuta, esa relación entre las digestiones pesadas o la hinchazón y el hecho de haber vivido un día más estresante o con más ansiedad, a diferencia de los días en los que el ambiente es para esa persona más distendido y relajado en los que las digestiones mejoran notablemente.
Sin embargo, más allá del alimento en sí, la experta explica que se debe tener en cuenta que una sobreactivación del sistema nervioso aumenta la permeabilidad intestinal, dificulta la producción de ácido en el estómago y la de las enzimas digestivas y además interfiere en los movimientos espontáneos que el sistema digestivo usa para hacer la digestión. «Si tenemos en cuenta esto, podemos confirmar que el estrés interfiere directamente en el proceso digestivo», revela.
Aún así la terapeuta matiza que en realidad el estrés, como tal, no es dañino sino que es una respuesta biológica que el cuerpo es perfectamente capaz de gestionar para recuperar el equilibrio original. «El problema viene cuando ese estrés se prolonga en exceso a lo largo del tiempo, ya que el estado proinflamatorio que genera tendrá un impacto no solo en el sistema digestivo, sino también en otros sistemas del organismo«, alerta.
Cómo se comunica el intestino con el cerebro
Existe, como plantea Fani García, una carretera bidireccional entre el sistema nervioso y el tracto gastrointestinal. A través de ella viajan diferentes tipos de señales que permiten una comunicación continua como señales metabólicas, hormonales, neuronales o del sistema inmune. Y lo cierto es que esta comunicación, como revela la experta, puede interferir en la producción de serotonina y dopamina («hormonas de la felicidad») en el intestino, alterando así el estado de ánimo y el bienestar emocional.
Y no sólo eso sino que además un estado de estrés prolongado provocará una producción excesiva de citoquinas proinflamatorias, lo que a su vez genera un aumento de la citada permeabilidad intestinal dando lugar a síntomas como la distensión abdominal, las diarreas, el estreñimiento, el dolor de cabeza o la fatiga.
Si se sufre ansiedad, es probable sufrir inflamación. Y al mismo tiempo, si se sufre inflamación, es probable sufrir ansiedad.
Proteger la microbiota, por tanto, puede contribuir a mejorar nuestro estado general. Algunos de los hábitos que pueden ayudar en este sentido son:
Escudos para la microbiota
- Elegir alimentos frescos frente a productos.
- Apostar por alimentos de temporada que aporten los nutrientes necesarios en función de la época del año.
- Regular los ritmos circadianos.
- Un buen descanso reparador
- Contacto con la naturaleza
- Reducir la exposición a las pantallas
- Regular el sistema nervioso a través de la meditación, el mindfulness, o las actividades que permitan estar presentes y relajados.
¿Qué es lo que más daña la microbiota?
Lo peor es que algunos de los hábitos que más perjudican la microbiota los tenemos bastante normalizados, entre ellos el abuso de alimentos ultraprocesados o azucarados, la exposición a tóxicos como el alcohol o el tabaco, así como la vida sedentaria y los estados de alerta y estrés prolongados que obligan al sistema nervioso a sobreactivarse en exceso.
Alimentación que nos cuida
Una alimentación balanceada donde haya un consumo suficiente de vegetales, frutas, proteínas y grasas de buena calidad es lo que, según la experta, ayudara a promover el equilibrio que permita cuidar la microbiota.
«Cuando el estrés se prolonga en exceso genera un estado proinflamatorio que tiene impacto no solo en el sistema digestivo, sino en otros sistemas del organismo»
Algunos de los alimentos que favorecen una microbiota más diversa y sana son las fibras fermentables que contienen los espárragos, las setas, la coliflor, la cebolla o el ajo, por ejemplo. Si bien aclara que en el caso de que se sufran problemas digestivos, tal vez no se toleren bien estos alimentos. Por eso también pueden ser adecuados otros que no generen ese tipo de sintomatología como es el caso de los frutos rojos, el cacao puro o especias como el romero, el tomillo, la cúrcuma o el jengibre.
Igualmente la terapeuta aconseja normalizar el consumo de probióticos como el kéfir, el chucrut o la kombucha, pues son opciones que contribuyen a mejorar la diversidad de la microbiota.
Autora: RAQUEL ALCOLEA
Fecha: 27/05/2024
Actualizado a las 17:20h.
Fuente: Abc.es
Nota: Instituto Nutrigenómica no se hace responsable de las opiniones expresadas en el presente artículo.